jueves, 7 de mayo de 2009

El pequeño lector

Mucho se habla de libros. De si leemos más o menos. A un lado, los escritores que nos proporcionan, salidas de su imaginación, esas historias con las que llenar nuestras horas y nuestra propia imaginación; al otro, el lector, destino final de lo que el escritor escribe. Porque no hay libro sin escritor, pero tampoco lo habría sin lector.
Yo tengo cientos de libros que campan a sus anchas por casi todas las habitaciones de mi casa. Puedo decir que soy una gran lectora, aunque como muchas veces se ha dicho, necesitaría muchas vidas para poder leer todos los libros que me apetece. Me alegra saber, que pese a las tecnologías digitales y las nuevas formas de entretenimiento, leer sigue siendo la gran pasión de millones de personas en este mundo.
A menudo se pregunta, el escritor, ¿nace o se hace? No, no voy a intentar teorizar sobre el tema. Hoy me interesa el lector, ¿nace o se hace? Sin lugar a dudas, el lector se hace. Mi madre, en su juventud fue una gran lectora, yo la veía leer cada noche y yo también leía. El amor por la lectura, por las palabras, lo convertí en modo de vida.
Ahora es mi sobrino quien ha tomado el testigo en mi familia. Desde que era un bebé se le han comprado libros. Empezamos con libros blanditos, con dibujos y táctiles, para ir conociendo imágenes y texturas; libros de plástico, lavables y con la posibilidad de poder meterlos en la bañera cuando se le bañaba; sus primeros cuentos “de mayor” en formato más tradicional. En un par de semanas cumplirá 4 años y puede presumir de tener casi una centena de libros en su biblioteca. Coincido con él cada día a la hora de comer. Siempre hay algún libro cerca.
- Tata, ¿me lo lees? – es su frase. Entonces nos sentamos cómodos, él a mi lado, y yo le voy leyendo el cuento, poniendo voces a los personajes, exagerando la narración para mantener su atención. A veces el me interrumpe y me hace preguntas, otras, cuando es uno de esos cuentos que se conoce de memoria, me pide el libro y me dice que él me lo cuenta a mi. Hace poco ha empezado una nueva rutina entre nosotros. El coge un folio blanco y hace cuatro garabatos. Yo le pregunto que qué está haciendo y él me contesta que está escribiendo un cuento.
- ¿Me lo contarás cuando lo termines? – le pregunto yo.-
Sí, pero ahora estoy “trabajando”. Espera Tata. – unos segundos después ha acabado, se sienta frente a mi y, muy serio, comienza su relato. Después me tiende el papel, que yo recojo, y me dice:
- Ahora sigue tú. – entonces yo pongo cara de circunstancias y le digo:
- Espera que mire dónde tengo que seguir.
- Vale.- y se acomoda para escucharme. Yo he aprovechado esos segundos para improvisar el principio del cuento, el resto saldrá sobre la marcha, según sus reacciones a mi historia y siempre echando un vistazo rápido a su hoja de garabatos, como si estuviera leyendo el cuento por él escrito.
Es aún muy pequeño, pero estoy segura de que será un gran lector cuando aprenda a leer. De momento, sus ratos de lectura son compartidos. A veces me digo que ojalá no creciese para no perder estos momentos, pero vendrán otros. En el colegio le han dicho a mi hermana que tiende hacia las letras más que hacia las ciencias. El dice que de mayor va a ser profesor de inglés, como yo. Espero que también escritor, es un pequeño gran narrador de historias

2 comentarios:

Portobello dijo...

Gracias Bohemia por tu visita, estás cerca de mi lugar, Vitoria.
Leer es indispensable, es el nutriente de cada día, pero ojo, hay que ver que se lee. No sirve todo, hay mucho batiburrillo comercial deleznable.

Gemma dijo...

Qué ricura de sobrino. Me encantó eso de esbozar unos garabatos apenas para levantar una historia.

Esa criatura tiene madera de escritor, no lo dudes.
Un abrazo